Alegrías recobradas

El evangelio es alegría. Los ángeles de la Navidad nos anuncian «una gran alegría para todo el pueblo», y los ángeles de la resurrección nos quitan todo miedo: «¡No temáis!». Jesús nos comunica su alegría, y nuestra alegría, a su vez, es la que le hace alegrarse a Jesús sobremanera. Lo dice el evangelio. La comunicación de la Buena Nueva causa alegría a quien la lleva, y esa alegría es la que le capacita y consagra para llevarla a otros. No se puede anunciar el evangelio con cara triste. Pero no siempre hemos hecho de la proclamación del evangelio una Buena Nueva. El deseo de asegurar a todo trance la salvación eterna por parte de los fieles, y la tentación de reforzar el dominio sobre las conciencias por parte de los monjes, llevaron a exageraciones y escrúpulos que a veces casi hicieron olvidar la alegría del mensaje evangélico. Amenazas y miedos, complejo de culpa y temor al infierno, tentaciones por todas partes y pecado en todo llegó a ser casi el tono normal de la predicación y la moral. Se oscureció el gozo. Es hora de recuperar la Buena Nueva, de recobrar la alegría y la dicha de la salvación de los hijos de Dios.

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