La décima encíclica de Juan Pablo II trata sobre la fundamentación de la moral y la relación entre libertad y verdad. El Papa hace un excelente resumen de los fundamentos bíblicos de la moral cristiana, partiendo precisamente del amor a Dios y al prójimo, y encomienda a los obispos velar por la recta enseñanza de la doctrina moral de la Iglesia. Esta encíclica, aunque acude al sentido amplio de la infalibilidad –pertenece a la Iglesia como universalidad de los fieles–, reclama también para el Magisterio el derecho a determinar las leyes morales y el deber de los católicos de conocerlas y obedecerlas.